LA SEMANA DEL 22 (2º PREMIO RELATO CORTO - I CERTAMEN LITERARIO AIFE)



RELATO CORTO

2º PREMIO

OBRA: LA SEMANA DEL 22
AUTORA: Mª ÁNGELES COUCE GONZÁLEZ



LA SEMANA DEL 22

Todo comenzó cuando su marido le dijo que tenía un viaje de negocios la semana del 22.  Se

iría ese domingo y volvería el siguiente.  Estaba acostumbrada a que su esposo viajara mucho

por cuestión de trabajo pero esta vez le pareció raro. Llevaban casados tres años. Para ella, el

día 24 era un día triste puesto que era el aniversario del fallecimiento de su abuela. Era una

fecha especial por lo que recordaba claramente que desde que estaban juntos siempre lo había

pasado sola. Nunca le había dado importancia pero esta vez algo la inquietó. Él hacía pocos

meses que había cambiado de empleo, incluso de sector.  ¿Sería casualidad?  Empezó a

preguntarle sobre el viaje, cosa que nunca hacía, pero apenas obtuvo respuestas concretas.

Desde entonces observaba a su marido con cierta intriga y empezó a anotar todas las salidas:

las fechas, la duración, su comportamiento antes y después del viaje, las anécdotas que

contaba sobre estas y  las veces que se ponía en contacto con ella.

Hasta ahora no se había percatado de que nunca nombraba nada que hubiera pasado esos días

y tampoco de que no hablaban cuando él estaba fuera. Ella, María, tenía su trabajo, la casa,

sus amigos, su familia, sus hobbies. Tenía una vida plena y disfrutaba del tiempo con su

marido cuando este estaba, sin pensar más allá, hasta ahora.

A veces se sentía mal por dudar. Ella notaba que él la quería. Lo pasaban muy bien juntos,

hablaban de todo, se reían mucho. Era una relación casi perfecta. Hasta eso, en aquel

momento, le pareció extraño. Sólo había una cosa en la que habían estado en desacuerdo, ella

quería tener un hijo y él se había negado. Le dijo que era muy pronto, que debían esperar y

disfrutar unos años primero. Aunque ella no estaba conforme había respetado su decisión.

Había pasado más de un año desde aquello y quería volver a sacar el tema, sólo para ver lo

que decía, para fijarse en su reacción.  La respuesta había sido la misma, él se había enfadado

un poco, su argumento había sido  que eso ya estaba hablado, que ya sabía lo que él pensaba.

María se dio cuenta que en sus planes no entraba tener familia ni ahora, ni nunca.

Un par de días después de esta discusión él se iba otra vez de viaje de negocios. Esta vez ella

anotó los kilómetros del coche antes de salir y  una vez llegó, quería tener una idea de donde

había ido. Halló los kilómetros que había realizado, los dividió entre dos, y miró en un mapa

los lugares posibles, ¡ya lo tenía!, más o menos a esa distancia se encontraba el pueblo en el

que él había nacido. Lo había nombrado en una ocasión, antes de la boda, para explicar que

nadie de su familia viniera. Dijo que habían tenido una grave discusión hacía poco, que estaba

muy enfadado con ellos y que no quería volver a hablar del tema.

Casi había pasado un año, en varias semanas volvería a ser 22. Estaba decidida, alquilaría un

coche e iría a ese pueblo. A veces tenía la sensación de estar llevando las cosas demasiado

lejos, pero ya no había marcha atrás, no podía seguir así, tenía que averiguar lo que pasaba. 

Se estuvo preparando mentalmente para todo las posibles razones, desde que iba a visitar a su

familia y lo escondía por algún motivo que le resultaba vergonzoso, hasta que tenía una

antigua novia con la que se veía, pasando porque realmente iba de viaje de negocios y que

coincidieran los kilómetros era pura casualidad. Algunos días, pensaba que estaba

volviéndose loca, haciendo tareas detectivescas y apuntándolo todo en una libreta que

guardaba con mucho recelo siempre pendiente de que él no pudiera encontrarla; otros, se

sentía engañada, desconcertada, compartiendo la vida con un hombre al que apenas conocía.

Y llegó la semana del 22, y como siempre, él le comunicó su viaje. Ella sintió una mezcla de

tristeza y nerviosismo. Ya había contratado un coche de alquiler y pedido esa semana de

vacaciones en la empresa en la que trabajaba. Todo estaba preparado y decidido. Todo estaría

resuelto en pocos días. Por un momento pensó si no sería mejor dejarlo así, y disfrutar de los

buenos momentos sin pensar en nada más. Rápidamente se quitó esa idea de la cabeza, no

quería vivir una mentira, ni con dudas, averiguaría la verdad y después decidiría que hacer.

Había llegado el momento, su cuerpo temblaba cuando  se subió al coche. Le esperaban unas

tres horas de trayecto. Se puso música e intentó pensar en otra cosa. Al fin llegó a su destino.

Buscó el coche de su marido y después de dar varias vueltas, lo encontró. Estaba aparcado

delante de una casa en la que parecía que estaban celebrando una fiesta. Se acercó todo lo que

pudo y observó a través de la ventana. Hablaban todos animadamente, según pudo escuchar

era una reunión familiar. Había alrededor de unas nueve personas entre adultos y niños. Se

quedó sentada en el bordillo de la acera, sin saber qué hacer, mientras escuchaba las risas y el

movimiento de la casa.

En su plan no entraba que él la viera. Había ido solo a observar, a ver lo que pasaba pero no

entendía nada. Necesitaba que alguien se lo explicase, que él se lo explicase. Respiró hondo y

sin pensar llamó a la puerta. Le abrió una joven de unos quince años que muy amablemente le

preguntó que quería. Sin poder articular palabra María rompió a llorar, y no podía parar. La

niña asustada llamó a su madre y junto a ella salió él.  Ella notó como a él se le desencajaba el

rostro al verla. La agarró suavemente del brazo y la llevó fuera. Nervioso y desconcertado le

contó que aquella era la casa de su mejor amigo. Iba a visitarles dos veces al año. Se quedaba

con ellos unos días que pasaban recordando viejos tiempos y poniéndose al día. Unos meses

antes de que se casaran María y él,  su amigo había tenido un trágico accidente en el que había

falleció.  Pensó que ella no vería con buenos ojos que fuera a visitar  a una viuda y sus hijos y

no estaba dispuesto a perder esa parcela de su vida, ni a compartirla. Le mandó que volviera a

casa, que ya hablarían a su vuelta.

En el camino de regreso María no podía dejar de pensar cuantas parcelas más de su vida su

marido no quería perder y no le contaba. No quiso ni plantearse cuanta parte de verdad y

cuanta de mentira había en la explicación que le había dado.  Se vio a si misma apuntando los

kilómetros en cada uno de los viajes, revisando bolsillos o intentando buscar pistas en las

conversaciones que mantuviera con él. No le gustó lo que le esperaba. Había sido feliz

durante tres años y el último, a pesar de todo,  había sido emocionante, intrigante e incluso

divertido pero sabía que  la relación había llegado a su fin. Las cuentas las tenían separadas y

la casa en la que vivían era de alquiler. Todo sería fácil, quizá demasiado.

La mañana siguiente la dedicó a recoger todas sus cosas de la casa. En cuanto lo tuviera todo

preparado se iría. Cuando estaba revisando que no se dejaba nada importante escuchó como se

abría la puerta de la entrada. Se acercó despacio y allí estaba él. Nunca le había visto tan

triste. Le pidió que le perdonara, le explicó que nunca había pretendido hacerle daño, las

cosas simplemente habían sucedido y llegó un momento en que ya no pudo parar. Le contó

que se había casado muy joven, los niños habían llegado enseguida y cada día le resultaba

todo más difícil. La vida se le hacía cuesta arriba hasta que la conoció a ella. Desde ese

momento fue como si todo se hubiera equilibrado, volvía a ser feliz y eso repercutía también

en su otra familia.  Sabía que era un egoísta, pero era incapaz de elegir. Lo quería todo. Le

rogó que intentara comprenderle. Él entendía que ella se fuera, sabía que se merecía mucho

más pero le suplicaba que no le dejara.  Sin decir ni una palabra ella metió sus cosas en el

coche. Cómo ya se había repetido en más de una ocasión durante el último año, ya no había

vuelta atrás.